octubre 13, 2013

Serie Jerusalén 3

Serie Jerusalén3

Jerusalen Acceso al Sepulcro

Otra del Santo Sepulcro.

De Mis visitas al Santo Sepulcro podría contar mil historias, pues tanto la Basílica como todo cuanto acontece ahí, no tiene desperdicio. Pero me voy a ceñir al máximo motivo de este monumento: el propio Sepulcro, en el cual los restos mortales de Jesús reposaron durante unas horas, y al tercer día resucitó de entre los muertos.

Para entrar al recinto específicamente es necesario que el guardián ortodoxo nos permita pasar , pues son los ortodoxos en exclusiva los encargados de vigilar el edículo, donde se ubica la piedra propiamente dicha, bajo la cual está la sagrada lápida, donde reposaron   los restos mortales de Jesucristo.

En mi última visita, me encontraba yo haciendo cola junto con todos los turistas, devotos y no tanto, para besar la piedra que está encima de la verdadera piedra del Santo Sepulcro, cuando el guardián del recinto , por hacerme un favor, o una obra de caridad que lo aproximara más al Cielo, se acercó a mí y, notando que yo era ciega, me tomó de la mano para que lo acompañara, adelantándome de la larga fila de pacientes peregrinos.

Debo decir que el señor guardián no parecía haber visitado la ducha en varios días, por lo que al agitar sus carnes y su hábito, exhalaba unos efluvios acres, propios de las regiones axilares mezclados con ese aroma a rancio que emanan los curas viejos, con independencia del culto que practiquen, junto con una insoportable fetidez
Derivada de la más despiadada Hlitosis.

El señor pope, nada más tomarme de la mano, me preguntó mi nombre. Yo contesté que Salvi y, por las dudas, que Salvadora, como mi madre, como mi bisabuela y mi tatarabuela, a lo que el hombre contestó con destemplada voz:
¡Salvadora no! Silvana!

Ante semejante afirmación de tan eminente señor, yo, que estaba a punto de atravesar la puertecita de los Ángeles, que es una entrada para gnomos, justo antes de llegar ante la santa piedra, me callé y respetuosamente dejé que su eminencia presionara con fuerza la parte posterior de mi cabeza, para poder instalarme frente a la sagrada lápida de un empellón. Y ahí me dejó sola ante el peligro, de rodillas, frente a siglos de piedras, frente a siglos de Historia.
¿Cuánta gente no habría rezado ahí? ¿Cuántos peregrinos encontrarían sentido a todo esto? De repente me sentí muy afortunada por poder realizar el sueño de tantos devotos cristianos, de haber llegado sana y salva al final de mi camino.

Y pasaba el tiempo, mis rodillas iban doliendo un poco, mi pierna derecha se iba acalambrando…, ¡y el Cura ortodoxo no me sacaba de ahí!
 
Y el tiempo seguía pasando.

Me levanté con cuidado y respeto, pero la voz terrible del pope me gritó:
¡stai! ¡Silvana!
Y nuevamente me arrodillé,, no fuera yo a ofender la sensibilidad de este buen religioso.
Y volvieron los calambres, los sudores, el dolor de rodillas……
Al principio entraban y salían turistas besando las piedras, arrodillándose y rezando; pero en un momento dado, ¡ahí que me quedé yo solaza!
¡que miedo! Pensé en lo que tenía en el bolso, un paquete de chicles y media botella de agua. ¡por qué no habría echado yo unas chocolatinas!

Me imaginé que se olvidaba de mí el pope, que cerraban la puerta de David el Gnomo,  hasta la gran puerta de la Basílica, que me quedaba ahí para siempre, ¡y que me tendría que comer de cena el envoltorio de los chicles! y en éstas que me surgió la duda: Este Señor Jesucristo, el de la lápida, ¿habrá resucitado de verdad? O estarán ahí sus Santos Huesos y van a hacerme a mí una demo del poder divino?

¡qué sudores me entraron!
¡vi pasar mi vida como en una película de ésas!

Y, en fin, por no extenderme en esto más, cuando los calambres amenazaban con romperme el semitendinoso, el semimembranoso y hasta el bíceps femoral, cuando mis rodillas no aguantaban más, ¡oh milagro! Apareció mi salvador (que no silbano), en forma de pope maloliente y me salvó (que no silbanó),de mi miseria! Tiró de mi brazo y me sacó del recinto a la basílica con la misma brusquedad con la que me había introducido en él. Y con un empujón, me lanzó a los brazos de mis amigos que ya estaban preocupados por mi tardanza.
 
  Seguro que un buen cristiano de esos de los de toda la vida y toda la fe, hubiera sacado más partido a esos minutos demás que el señor Pope me dejó estar.
 
En cambio yo… ¡la alegría que sentí al salir de ahí!