27 de diciembre de 2016. Yo creí que eras inmortal, que tu sombra y la mía irían cuerpo con cuerpo a todos
sitios, que tu tacto en mi mano, tu olor, tus pisadas serían eternas en mi día a día.
Recuerdo cuando oí hablar de ti: es labradora, medianita, blanca, es seria y firme en su
trabajo, vale la pena, de verdad que vale la pena….
Y llegó el día en que te conocí: sí, así, suave alegre, cachorrita imparable, divertida,
con cara de payasete.
También conocí a tu familia, a tu imagen y semejanza, entre ellos y yo, la complicidad
para siempre de algo tan bonito compartido como tu presencia.
Tus juegos, tus manías, tus gustos, tus preocupaciones…
Aprendimos juntas de nuevo a ser libres, a caminar el mundo sin miedos, cruzamos
calles, recorrimos caminos, viajamos hasta el infinito.
Mi vida volvió a ser magia contigo.
Mi alegría era tu alegría, tu dolor mi dolor.
Hiciste magia en mitrabajo, en mi hospital con los pacientes, los compañeros. Ahí
conquistaste el corazón de todos, pero sobre todo, el de tu madrina favorita, Paloma, que comprendía tu pensamiento mejor que tú misma.
Ella curó tus heridas, cuidó de ti, jugó y robó casi para ti, creando entre las dos una
hermandad bastante perruna.
Nadar en la playa, seguir rastros, robar comida, romper juguetes, dormir en el sofá,
subirte a mi cama si no estaba yo en casa, roncar conmigo en la tumbona de al lado, bronceador y sombrilla….
Acompañarme con mis dolores de hernia, para luego yo acompañarte con tus otitis y
cirugías posteriores.
Lamer mi mano en las malas, y lamerla en las buenas.
Acariciar tu pelaje cuando la felicidad, cuando la tristeza, la incertidumbre y el agobio.
Ir acompasando mi paso al tuyo, cuando los años pasaban, y no darme cuenta nunca de
que te hacías mayor, de que pedías un descanso.
Afrontando la llegada de tu hermano Xito, cachorro travieso que soportabas de aquella
manera.
Y lo más digno: recibir a tu sustituta perra guía, no mostrar ni un mal gesto, ni un
enfado.
Fue un cambio de arneses, sin mucha ceremonia, pero con gran nobleza y bondad.
Disfrutar de tu vejez, ahí siempre, más pausada, más seria, más a lo tuyo, sólo cuando
las cosas eran exageradas aparecerte a ver que se pajareaba por ahí…
Y en esto andábamos, en este equilibrio de salud, vejez y juego, en esta tomadura de
pelo que le hacíamos entre tú y yo a la muerte que nos acechaba en cada esquina, en cada chaflán, y como siempre nos reíamos juntas de eso, de esa tontería que es morir.
Porque tú no te has muerto, ¿verdad? Estás por ahí arriba, subiste a una estrella
aprovechando que es navidad, volaste lejos y por primera vez en mi vida, te fuiste sin mí, y yo estoy perdida.