Navegando con Goleta: Las terrazas.
Cuando me entregaron a Goleta el 15 de mayo, ¡que diferente estaba Madrid! Todavía casi todos estábamos confinados, sin terrazas, bares, restaurantes, tiendas….
Si nos queríamos tomar algo el instructor y yo, después de una dura jornada de caminar, y especialmente esos días que subieron las temperaturas muchísimo, sólo podíamos pedir un café de vaso desechable en Viena Capellanes, o aquí al lado, en la panadería de Fernando, que aparte de vendernos unos ricos croissants, también nos daba un cafecito. ¡Todo estaba cerrado!
Nuestra vida de entrenamiento fue fácil, esencialmente había que preocuparse por bordillos, cruces, recto, izquierda, izquierda, derecha, derecha…. ¡y casi bailar la yenca!
Además estaban algunos perros que querían saludarnos y nos distraían, pájaros, ¿y cómo no? ¡Palomas! lo de las palomas es post aparte. Y bien, justo cuando terminamos el curso, ¡comenzó de nuevo la vida en Madrid! La verdad es que era como un renacer, y hasta sonaba maravilloso.
Terrazas abiertas, niños, pelotas, bicis, monopatines, patinetes eléctricos, sillas, mesas, ¡gente y gente!
Lo sé, esta es la vida de siempre, una ciudad a tope, pero Goleta y yo, caminábamos felices sin tanto ruido, sin tanto lío.
El primer día que abrieron las terrazas, que la gente acudió a ellas como si se las fueran a quitar, felices del plus post covid19 que les iban a cobrar por una bebida como si fuera año nuevo, ¡La perrita estaba impresionada! todos corriendo a pillar mesa, sillas, entre mascarillas y olor a lejía, los humanos se volvieron locos por una birra en primera línea de tráfico, a pleno sol, y sin pincho para acompañar!
Por la glorieta de Bilbao a las ocho de la tarde no se cabía.
Goleta observaba estupefacta todo ese raudal de gente de un lado para otro, y oye, ¡que no miraban! Ella intentaba esquivarlos, pero al ser objetos móviles, ¡que complicado!
Además, no sé si os habéis fijado, si bien hay que mantener la distancia social entre las mesas de las terrazas, también los dueños de los bares se han ido expandiendo lentamente a un lado y otro de las aceras, las ordenanzas municipales se han relajado por consideración a los pobres hosteleros que han estado cerrados tres meses, y ahora ¡casi que me voy a encontrar mesas de terraza hasta dentro de mi portal!
Pasar por una terraza, con sus restos de comida, sus carritos de bebé, niños con pelotas, humanos que ni miran ni ven, algún que otro perro gruñón, sillas a derecha e izquierda, un patinete tirado y un par de palomas…. ¿que más se puede pedir para superarnos a nosotras mismas?
Me temo que esto será nuestra nueva normalidad, es decir, lo mismo pero mucho más que antes.
No obstante, ¡que alegría tomarse algo a la fresca con amigos en una terracita aunque acabemos intoxicados por el desinfectante!