Una Odisea sanitaria
El pasado día 30 de octubre, mi madre, a sus 80 años, y con un historial médico digno de una superviviente, resbaló en su dormitorio, dando en tierra con toda su humanidad.
A partir de ahí, me siento en el deber de contar cómo se desarrollaron las cosas en las siguientes 36 horas, en un cúmulo de irresponsabilidad, desidia y mala praxis médica, aunque también me encontré solidaridad, sentido común, y la comprobación fehaciente de que el sistema sanitario deja mucho que desear, y que es la cosa más deshumanizada y fría,
Sólo salvada por los profesionales de la salud, sin cuya vocación, entrega y sacrificio, No sé qué sería de cualquier enfermo necesitado de visitar las urgencias en un hospital de provincia tan desbordado de trabajo, como escaso de profesionales y disponibilidad de recursos.
Mi hermana, cuando vio que mi madre estaba bastante afectada, llamó al médico de cabecera, el cual, sin pasarse por casa, y viendo la historia clínica de mi madre, dijo que no era necesario llevarla al hospital, que se le iría pasando, que podía ser un pequeño infarto cerebral (¡ole por el diagnóstico a distancia!), y que casi que era más trastorno que otra cosa para la paciente.
Esto es, cuando menos, sorprendente; pero si el médico lo decía….
El jueves 31, yo salí para mi pueblo, pues había pedido un día libre para sumarlo al 1 de noviembre, fiesta en todo el país.
Mi madre iba a peor, y así las cosas, sugerí a mi hermana que volviera a llamar al médico y que la visitara. Aunque la llamada se efectuó sobre las 11, no estuvo, aunque sí se le esperaba antes de las dos de la tarde
Y total para insistir en que no valía la pena llevarla al hospital con su historial, que él si fuera su padre no lo llevaría; pero que si nos íbamos a quedar más tranquilas, mandaba una ambulancia ya.
No parece que el tal vehículo anduviera muy distante de la desidia y la calma del doctor,
Pues una mujer que a duras penas podía sostenerse sentada, que entre cuatro personas no éramos capaces de tumbarla, imaginad cambiarle el pañal, ya que se había hecho pis, la pobre, sin comer, a penas sin poder hablar y con una inmovilidad total,
Pasaban las horas y la ambulancia no venía.
Mi sobrino fue de nuevo al ambulatorio, a interesarse por lo que pudiera pasar con esa ambulancia, ya que la abuela estaba fatal, y le explicaron que la solicitud estaba hecha, pero que había habido un accidente en otro pueblo, y que eso tenía preferencia, que en cuanto llevaran los heridos a Granada, iban a recoger a la Salvadora.
Y así pasaron tres terribles horas de desconcierto, inquietud y confusión .
Por fin apareció la ambulancia, con un solo sanitario, el propio conductor, con una camilla de esas manuales. Manejar un cuerpo sin fuerza como el de mi madre e instalarlo en esa camilla manual, subiéndola y bajándola con una palanca a golpes, que si no es por mi sobrino que estaba allí, ni mi hermana ni yo hubiéramos podido con algo así…
En fin, respiramos cuando mi madre estaba instalada en la ambulancia rumbo al hospital de Granada, donde comenzó la nueva aventura, los nuevos filtros, registrarse, decir qué le sucede, y pasar dentro sobre la misma camilla ambulanciera, a una sala llena de gente, cada uno con lo suyo, todos sentaditos en sus sillas de ruedas.
Sólo un familiar por paciente, rogaban las enfermeras. ¿Alguien hacía caso? pues nadie.
Noche de Halloween, gente por todos sitios. La sala de espera a rebosar, Jamás hubiera asociado unas urgencias hospitalarias con tamaño bullicio.
A veces pienso que cuando algunas personas están aburridas, sobre buscarse otro sitio en que pasar la tarde, eligen las urgencias. Ahí, en urgencias, ¡menudo ambiente! y más una noche como ésa:
Mamás con niñas pintadas de Halloween: ¡que es que le duele la tripa a la nena!
Otra mamá coraje, ¡que a mi niña le duele la garganta! y el colmo: saliendo de la urgencia un matrimonio con su retoño de 13 años, del mismo pueblo que nosotras, que es que al niño le dolía el dedo, le han hecho radiografías y no tiene nada roto….
¿así ha de ser una urgencia?
Y mientras, la Salvadora, esperando en su camilla, con la mirada perdida, 24 horas sin comer ni ingerir líquidos, hasta arriba otra vez de pis, y sin a penas hacerse entender.
Y así cinco horas de reloj, hasta que nos llaman al box 10, donde una jovencita médica residente de primer año, nos atendió. ¡pobre chica! ¡si me daban ganas de darle 50 euros y que se fuera de Halloween con sus amigos!
Hizo un buen historial clínico, pese a que el ordenador le iba fatal, le fallaba la aplicación sanitaria, y estaba sufriendo porque llevaba un retraso de cinco horas, y estaba sobrepasada por la cantidad de enfermos de esa tarde. El enfermero dijo: ¡y eso que hay partido del Granada!
En cuanto la doctora vio la gravedad de la paciente, pidió rápidamente analíticas, TAC, placa de tórax… y pasamos a otra sala con, por lo menos, 15 pacientes hacinados unos en sillas de ruedas y otros en camilla, junto con los familiares correspondientes.
Ahí estábamos todos, uno vomitando, otro quejándose….
Por suerte la Salvadora estaba adormilada y ya con el suero puesto, rehidratándose. Nos fueron llamando para las diversas pruebas diagnósticas, y el TAC alarmó a la doctora: ictus hemorrágico cerebral….
¡Con el riesgo que supone!
Con todas las prisas, ahora sí, la llevaron a observación, la medicaron adecuadamente, y la asistieron y atendieron sus necesidades como tendría que haber sucedido quizá 36 horas antes.
¿no hay otra manera de que el sistema funcione?
Las urgencias de los ambulatorios, ¿no deberían atender la mayoría de los casos que van a la urgencia de los hospitales?
¿Sería posible visitar urgencias realmente cuando se necesita?