Serie Jerusalén.
El museo del Holocausto
“Quien salva una vida, salva al mundo entero”.
“Esta lista es el bien absoluto. Esta lista es la vida. Más allá de sus márgenes se abre el abismo”.
(De la película ‘La lista de Schindler).
¿Cómo transmitir en palabras lo que sentí al visitar el museo del holocausto en Jerusalén?
Creo que todos los seres humanos, y hasta los seres divinos, deberían darse una vuelta por este complejo de edificios situados en
Ein Karem, en la ciudad de Jerusalén,
En un entorno maravilloso.
Cuando este museo quedó agregado a mi lista de visitas en la ciudad de Jerusalén, ni de lejos imaginé cuántas emociones se iban a remover dentro de mí, cuántos sentimientos, cuánta rabia, cuánta ternura, cuánto respeto hacia todos los hombres y mujeres que sufrieron el holocausto nazi, los que sobrevivieron y los que ayudaron y siguen ayudando a la memoria de este tremendo genocidio.
En general, los museos son sitios donde una persona ciega se siente un poco extraña: casi todo es para ver; a penas si permiten tocar algún objeto.
Sí, me diréis que están esos audios, que en la entrada nos pueden dar algún folleto braille con un mapa en relieve para ir ubicando los objetos en el lugar exacto; pero éste es uno de los sitios donde el dicho de que una imagen vale más que mil palabras, queda pintiparado.
No obstante, en elYad Vashem o museo del holocausto, de Jerusalén, yo, desde luego no me sentí como cuando he visitado otros museos.
Para empezar, los diferentes grupos que predominan en este museo, por lo que pude apreciar en mis varias estancias, suelen ser judíos turistas, con lo cual, es impresionante caminar entre los diferentes colectivos y comunidades; escucharlos hablar en varios idiomas, incluido el español, y estremecerse con sus frases, sus palabras, sus expresiones.
Influyen también, desde luego, los conocimientos históricos, así como lo sufrido a través de lecturas, documentales y películas relativos al genocidio nazi,
que contribuyen a aguzar la sensibilidad.
El recorrido por el museo, es una especie de zigzag, de abajo hacia arriba del edificio. La delicadeza con que están distribuidos los objetos; el esfuerzo por recrear cuantos sucesos ocurrieron en el holocausto de la segunda guerra mundial, en un tema tan sensible, sin llegar a ser ni morboso ni exagerado sino todo lo contrario; cada dibujo, cada escultura,, cada trocito de aquella época, está tratado con gran cariño y máxima elegancia.
Debo aclarar que en este museo no sentí que aquello fuese un homenaje a la muerte, ni al resentimiento; sino, más bien, un canto a la vida, pese a tanto dolor como se desprende de cada paso a lo largo de todo su recorrido.
Los guías iban desgranando datos, por más que para mí, sus voces formaban parte de ese todo que iba avanzando con cada uno de mis pasos, en el encuadre histórico de las comunidades judías en Alemania antes del ascenso de Hitler al poder, caminaba con una especie de mareo, mientras comenzaban los acosos y asesinatos, el sonido de los cantos y los gritos fanáticos de los millones de nazis que, implacables, se reproducían en los monitores.
La sensación que notaba era como de un movimiento extraño, como si estuviera ascendiendo por una pendiente que dificultaba sensiblemente mantener la marcha y el contacto con el entorno.
Las voces de los turistas, a medida que avanzaba la historia, paulatinamente, iban perdiendo su tono, que se reducía lentamente a la forma de murmullo.
Las comunidades judías que antes se veían felices, se van viendo marcadas con pintadas antisemitas.
El nazismo se constituye como poder,
La noche de los cristales rotos, recreada con trozos de tiendas judías reventadas.
Cada vez que mis amigos o el guía me leían algún cartel, o se escuchaba alguna anécdota, mi estado de ánimo languidecía y se entristecía más y más.
La gran montaña de libros para quemar; la vida en los guetos; los campos de concentración; las investigaciones genéticas y el antisemitismo en toda la sociedad; la persecución, búsqueda y control de las familias judías.
La máquina de matar, los uniformes, las literas, letrinas… todo cuanto sucedía en la vida de los campos de concentración.
Los trenes de la muerte, con el vagón donde se trasladaba a los presos; el gas ciclón; las cámaras de gas; las vagonetas transportadoras de cadáveres y los hornos crematorios.
El fin de la guerra, la liberación de los campos de concentración,
La constitución del estado de Israel.
Todo en un recorrido tremendo, lleno de imágenes, sonidos y aromas que acongojan a cualquier persona con un mínimo de corazón.
Culmina el ascenso del edificio con la bóveda del recuerdo vista desde arriba con fotos, dibujos y símbolos y, al fondo, ese abismo, ese pozo del terror, donde queda plasmada de forma alegórica la maldad del ser humano.
Ahí, justo antes de salir de nuevo al exterior, a respirar y volver a reconciliarnos con la humanidad, fue donde mi corazón se encogió, donde fue inevitable necesitar a cuantas personas tenía a mí alrededor, para tomar fuerza, y suplicar desde lo más profundo, que jamás se pueda repetir algo así.
Salir de nuevo a los maravillosos jardines, a esa amplitud tan bien diseñada, tomar aire y pasar otro trago duro:
Es la visita siguiente al Yad LaYeled, lugar donde entramos a oscuras, agarrados a una barandilla, donde se rinde homenaje al millón y medio de niños judíos que perecieron en el holocausto o desaparecieron.
Se lee en todos los idiomas, el nombre de todos y cada uno de los niños, su fecha de nacimiento y su lugar de origen, a lo largo de todo el día.
¡Es impresionante esta sala!
Y, por fin, una esperanza: el bosque de los justos, donde hay plantado un árbol por cada persona o asociación que colaboró a favor del pueblo judío. Entre otros está el famoso Oscar Schindler.
Y tres españoles cuyos esfuerzos están reconocidos:
Ángel Sanz Briz, Eduardo Propper De Callejón y José Ruiz de Santaílla, y su esposa Carmen schrader.
Por más que he releído varias veces este texto, no sé si he sabido plasmar cuanto viví y sentí, aunque creo que no, pues las palabras difícilmente podrán asumir las vibraciones que el lugar encierra.
lo recomendable es visitarlo, y así podréis comprobar en vuestra propia piel, qué se siente, qué se respira ahí.