¡Primer año con Goleta!
Parece increíble ¿no?
Hace ya un año que el pasado 15 de mayo llegó Pedro Márquez, el instructor de perros guía, armado de mascarillas, guantes, correas, collares y arnés, entró en la sala de espera de la clínica con una perrita que me pareció súper pequeña, teniendo en cuenta el tamaño de mi difunta pastorcita, y después de darme una retahíla de consejos, ¡el tío se largó y ahí me dejó sola ante el peligro!
Esa perra como podéis imaginar, era Goleta, que la muy desgraciada, cuando vio que el instructor se marchaba, comenzó a llorar con el lamento más triste que jamás hayáis oído en garganta de perro alguno.
Y yo, con mi pena, el recuerdo de mis otros perros encogiendo mi corazón, tratando de consolar a ese animal, dándole mi primer discurso a cerca de lo bien que se lo iba a pasar en casa, de la camita que tenía para ella, de sus juguetes, y que la íbamos a querer un montón.
¡Pero ella a lo suyo! ¡A echar de menos a ese instructor que la hacía currar bastante más que yo! ¡Estoy segura!
Ya tuve que ser más persuasiva, contándole que se acababa de librar del yugo del opresor, de los molestos compañeros de perreras, que iba a ser ella sola con todos los mimos… ¡Y nada!
Al final me la bajé a casa, le mostré su colchoneta que supongo que aún tenía aroma a mi perro Xito aunque la había lavado bien, y ahí se echó tan triste…
Los primeros días de paseos comenzando de nuevo como perra guía, con mascarilla, el miedo por la pandemia, por poner de nuevo mi movilidad en los ojos de nueva perra, y la memoria traidora en cada paso recordando a los que ya no estaban conmigo.
¡Y qué calor!
Aún recuerdo la ruta desde Chamberí a Sol, que casi nos deshidratamos las dos, la cual, conté en un post, que, junto con la entrevista a Pedro Márquez, podéis leer aquí:
ladrando-en-la-nube-con-goleta-desde-chamberi-a-sol
Pero después de un año, ¿cómo estamos?
Si bien reconozco que cada vez soy más blanda y condescendiente con cada nuevo perro, ¡pero algo de disciplina hay que tener!
Ambas nos hemos tranquilizado desde entonces, ya podemos caminar hasta el infinito y más allá, ya nos conocemos bastante, y tenemos ese punto de saber nuestras fortalezas y debilidades.
Si yo odio los espacios abiertos y sin ninguna referencia para mí, ella odia las chapas del suelo, los charcos y las mangueras de agua.
Si me encanta caminar libre por la calle, a ella le gusta saludar perros, ver palomas y oler bolardos.
A mí me gusta cambiar las rutinas, y ella prefiere el orden y que todo esté como siempre.
Hemos aprendido a intuirnos antes de que las cosas sucedan.
Si hay un obstáculo, si estoy atenta, no hace falta ni que me lo marque como al principio, porque puedo leer a través del arnés que es lo que me está diciendo, no sabría explicar cómo, pero lo percibo.
También se entender si aparece perro, paloma, humano conocido, desconocido…
Ella también lee en mí, si estoy de buen humor es más fiestera que si ando agobiada, triste, con más o menos estrés…
Este año ha sido tan diferente, con menos movilidad, menos viajes, muy diferente de la vida que yo llevaba antes de la pandemia, y tanto ella como yo, nos hemos movido un 50 por ciento menos que antes.
No obstante, ¡Ya podemos decir que somos una pareja de hecho!
Goleta, ¡felicidades y gracias por este año!
Sin ti todo hubiera sido más triste, más aburrido, ¡seguro!