Estos días está lloviendo bastante en Madrid, cosa que va genial, ya sabéis, la contaminación, el polen, la limpieza de las calles que los servicios externalizados del ayuntamiento no limpian…
Yo, como cualquier ciudadana, no me puedo parar aunque llueva, o tal vez sí, cuando cuento con una socia como Goleta que odia el agua. Debe ser que la parte del amor al agua de todos los labradores, que nadan, cazan patos, y cada vez que ven una pequeña balsa del líquido elemento, se tiran como locos a bañarse y jugar, esa parte genética, ¡Goleta la perdió en algún momento!
En ese 75 por ciento de labradora que tiene, de lo de disfrutar del agua, no se quedó con nada.
Recuerdo mí otra perra guía, Bimba, como disfrutaba nadando, si incluso la llevé a natación a una piscina en la facultad de veterinaria, donde jugaba y disfrutaba con su hermano y otros perros.
En general, caminando con mis otras perras guía, jamás tuve problema con la lluvia, ellas eran felices caminando bajo un buen chaparrón, es más, si había un charco ¡qué bien! ¡ellas al charco y yo detrás!
Alguna vez pregunté al instructor si eso de entrar de lleno en un charco había alguna manera de evitarlo, y la respuesta fue que no, que los perros eso no lo evitan, te salvan la vida frente a agujeros, obstáculos, tráfico, contenedores, mesas en la calle, ¡pero del charco no te libra nadie!
Incluso mi perro, que no era guía, alguna vez en algún charco, hurgó y encontró algo asqueroso que tuve que sacárselo de la boca que no quiero ni pensar que sería.
En cambio, Goleta ¡no soporta el agua!
Más allá de no querer nadar en la playa, considerar el baño como la mayor de las torturas, salir corriendo cuando me ve con una manguera en la mano…
¡Ir a la calle cuando llueve es de traca!
Nada más pisar la calle en un día de esos buenos de lluvia, ya empieza a sacudirse muy enfadada, quiere volver a entrar al edificio porque considera que esa cosa que cae del cielo es bastante molesta.
En los primeros pasos va dando bandazos y sacudiendo las orejas y todo su perro cuerpo, tratando de buscar sitios donde no le caiga ni media gota de agua.
Pero eso no es lo peor:
Goleta, cuando ve esas tapas metálicas de alcantarillas o respiraderos del metro, procura evitarlas, en general, a los perros no les gusta mucho este tipo de cosas, y aunque supongo que los instructores los adiestran para caminar sobre ellas sin problema, la realidad es que si pueden evitarlas las evitan, especialmente en verano, que el metal se calienta con el sol, y supongo que no es agradable andar con sus patitas sobre esas chapas. Pues Goleta prefiere pisar una claraboya de esas ¡que pisar agua o charcos!
¿Y qué sucede cuando están juntos claraboya y charco? Pues lo que os podéis imaginar: ¡la que suscribe va al agua hasta las mismísimas rodillas si se tercia!