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mayo 13, 2013

¿NOS MERECEMOS ESTO?

El martes pasado, día de huelga en la sanidad madrileña, me tocó formar parte de los servicios mínimos en el turno de tarde en el departamento de fisioterapia de mi hospital.
Ya que tenía que estar allí, decidí sustituir la chaquetilla habitual de fisioterapeuta durante la jornada laboral, por una camiseta reivindicativa con mensajes sobre la sanidad pública para todos, sanidad universal, y todo eso que los que vivís en Madrid sabéis que estamos tratando de evitar, como es la enajenación de unos hospitales que hemos pagado todos los madrileños, y que por más que se empeñen en convencernos de lo contrario, tras su venta, la calidad sanitaria empeorará, así como los sueldos y las condiciones laborales de los profesionales de la salud.

Por razones que no hacen al caso, hube de pasar un momento por el control de enfermería, donde presencié algo que me dejó sin palabras, a punto de renunciar a todos mis argumentos ya sea para mi pequeña lucha, mi pérdida de sueldo cada vez que hago huelga, y hasta se me habrían tambaleado mis ideas, de no haber sido por mi optimismo exagerado que me permitió recuperarme, en una rápida reacción ante lo que no merece distraer ni un ápice nuestra atención.
Se acercó una señora al control y, de forma impertinente por demás, preguntó si no había un jardincito para que su padre (allí ingresado por un ictus reciente), pudiera pasear.

El hospital donde trabajo está situado en la calle Francisco Silvela, en la frontera entre el barrio de salamanca y la guindalera, o sea que un jardincito para que paseara el papá de la señora, sería algo imposible.
No obstante las corteses y razonables explicaciones de la enfermera y la auxiliar, la señora, ya no molesta, sino enfadada, insistía. Y cuando las profesionales le indicaron la conveniencia de que, en aquel momento y estado, su padre debía permanecer en su habitación, entonces fue cuando se pronunció la susodicha dama en términos tales como: ¡pues vaya sitio de rehabilitación, un lugar donde no había ni un árbol para respirar aire puro,, ni un paseo para su padre con naturaleza alrededor, que cómo iba a mejorar ese hombre en ese entorno….

Yo, con mi camiseta rebelde, pensé en ese diálogo absurdo (pero igualmente lo habría pensado sin ella): A esa señora no le preocupaba si había medicación suficiente para su padre; si tenía los cuidados adecuados en fisioterapia o enfermería. No; ¡sólo le preocupaba si había un jardín en el hospital!
Y, analizando la situación, me pregunto: personas como esta señora ¿Qué creen que es la sanidad pública madrileña? ¿En que mundo maravilloso vive para pedir como algo irrenunciable un jardín para su padre?

Médicos hay que van a la calle en tandas de 700. Enfermeros y fisioterapeutas dejan de ser contratados o, peor, se les vuelve a contratar por la mitad de su sueldo anterior.
La limpieza, los servicios generales, los administrativos, mantenimiento, todo se convierte en contratas de contratas que se entregan a amigos de amigos de amigos del consejero; ¡pero nuestra señora y, como ella, muchas señoras y también señores, sólo notan la carencia de un jardín!

Viendo escenas como la referida, se me cae el alma a los pies. Se me pone la cara de egoísmo que tanto critico de algunos compañeros, y me pregunto si vale la pena perder tiempo y sueldo, a cambio de tensiones y riesgos por gente así, pues con este tipo de personas, es inevitable plantearse que

¡TAL VEZ TENGAMOS LO QUE NOS MERECEMOS!