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enero 24, 2014

Para Betty con cariño.

Para Betty, in memoriam.

Hay hombres que luchan un día y son buenos. Hay otros que luchan un año y son mejores. Hay quienes luchan muchos años, y son muy buenos. Pero los hay que luchan toda la vida: esos son los imprescindibles.»

Bertolt Brecht

Justo cuando terminé fisioterapia, y dado que había hecho mis últimas prácticas hospitalarias en El Ramón y Cajal, me ofrecieron la oportunidad de trabajar en los tres meses de verano, haciendo una suplencia por vacaciones.
Como era la última en llegar ¿Dónde si no iban a poner a la novata?
Ahí estaba yo, recién diplomada, en la sala de neuro, con 17 pacientes todos con secuelas de íctus o traumatismo craneoencefálico, sin a penas saber qué hacer ni desde el punto de vista de la fisioterapia ni como ser humano frente a toda esa gente que dependía en gran parte de mi buen hacer para su mejoría.

El caos habitual del hospital, el retraso de las ambulancias, el lío de bajar los encamados, ¡y yo sola ante el peligro!

De repente no sé ni cómo apareció: Era una voz con acento diferente, hacía preguntas suaves, con aplomo profesional al expresarse. Usaba términos neurológicos certeros, mezclados con palabras que me transportaban a otros lugares, a otro mundo. Le dije si se venía a tomar un café, y ella aceptó seria.

Ahora me pregunto cómo pudo ser tan fácil, qué milagro logró que coincidiéramos en tiempo y espacio, Beatriz y yo; cómo la vida me dio ese regalo.

Esto debería ser toda una serie de post, tal vez me lo plantee. pues en uno solo me quedaría corta, ¡tengo tantas anécdotas! no sé si sabré transmitir donde está mi deuda con ella, no sólo como fisioterapeuta, sino como persona.

Al principio yo hablaba demasiado, contaba lo que sabía como profesional, la seguridad de haber terminado la carrera y las ganas de demostrar, me hacían hablar. Ella observaba y preguntaba.

Era de esas personas que esperan a que una al final cuente sin más. Y le expliqué mis miedos, mis dudas, mi inseguridad a la hora de valorar un enfermo neurológico de forma real… Ella sabía qué es un neurológico, no me enfrentaba a otros profesionales que sacan el trabajo adelante sin cuestionarse mucho más las cosas.

Recuerdo que con tristeza le conté mi dificultad como fisioterapeuta ciega a la hora de manejar y explorar a un hemipléjico y mi temor de no estar a la altura.

Betti, no lo olvidaré en mi vida, me dijo con tranquilidad:
–yo te voy a enseñar….

Y lo mejor de todo fue, no sólo que la creí, sino que ¡realmente me enseñó!

A partir de ese momento, fui una esponja, escuchaba sus explicaciones, aprendía a sentir con sus manos, anotaba cada dato, cada observación con cada paciente.

De pronto mi profesión tuvo otro sabor más dulce, era algo más accesible, más sencilla. Me regaló un montón de conocimientos en diagnóstico y tratamientos neurológicos. Me regaló la seguridad profesional que aún no tenía, y colocó los cimientos de lo que ahora soy como fisioterapeuta. Y, lo mejor,
me regaló su amistad y su cariño. Gracias a ella conocí Israel, su mundo, su familia, su esposo príncipe consorte, Natalio, que hubiera sido el padre que habría elegido si me hubieran pedido opinión, el cual sigue siendo alguien muy querido para mí, mi héroe y mi ejemplo en risas y valentía.

Todavía cuando tengo un emipléjicoante mí, escucho su voz suave:

–Cierra los ojos y siente, ¡yo también los cierro como tú!