¿no os ha pasado que después de mucho tiempo os habéis reencontrado con alguien y es como si el reloj se hubiera parado desde la última vez que os visteis??
Pues eso es lo que me sucedió ayer con mi amiga Loles.
Nos conocimos en la escuela de perros guía en el año 2004, cuando fui a por mi perra Bimba.
Ambas éramos renovadoras de perro, ambas con el mismo instructor.
Las circunstancias en la escuela de perros guía, son en cuanto a la convivencia un tanto extremas.
Ocho ciegos internos en una residencia durante más o menos tres semanas, cada uno con sus emociones a flor de piel, aceptando su nuevo guía, sumando las complejidades de cada cual junto con las frustraciones propias y las de no saber manejarse en esta nueva etapa, hacen que todo se agrande, se dramatice.
Loles y yo, desde el primer momento nos caímos genial, conectamos desde que nos tropezamos, literalmente, en la moqueta de la entrada a la residencia. Dado que ambas habíamos ya pasado por la fundación, tratamos desde el principio de hacer que el día a día para todos fuera lo más amable posible.
Ambas conocíamos los nervios de la entrega y primeros instantes con nuestro guía, del esfuerzo por tratar de agradarle.
También sabíamos de la frustración de las primeras horas, la disciplina del cepillado, alimentación, sacar al perrito a sus necesidades, hacer la obediencia….
Los días de angustia frente al tráfico por primera vez,
La alegría de completar una ruta bien, con la felicitación del instructor.
La primera vez con nuestros perros en el metro, en el bus, en el tren, ir de tiendas, de bares….
En fin, son días de mucho trabajo tanto físico como emocional, solo el que lo ha vivido sabe de qué estoy hablando.
Entre Loles y yo, logramos dentro de lo posible, que nuestro grupo tuviera un cierto equilibrio de convivencia, hicimos de todos cada logro, cada esfuerzo tanto de nuestros perros como de nosotros mismos.
Y fue divertido y a la vez muy enriquecedor
Creo que Loles confundió el dolor abdominal que tenía, con agujetas de las risas que hicimos en aquella mezcla de pelos y sudores, y una noche su peritonitis se presentó en forma de bestia con cuernos y todo.
No sé como lo supe, pero en cuanto ella me llamó a su habitación contándome que no podía más, que su dolor era tremendo,, intuí lo que estaba pasando, de repente, lo que venía en los apuntes de patología médica tenía sentido, y me di cuenta de que era sin duda alguna, una pedazo de apendicitis y que si no se tomaban medidas de inmediato, la buena de Loles podía perder la vida.
Venciendo la resistencia del segureta, del responsable, y hasta de la propia directora de ese momento, por fin vino una ambulancia a por ella.
Sólo Loles y Pedro, su instructor, saben lo que pasó esa dura noche, del periplo de hospital a hospital, hasta que de mañana temprano fue intervenida quirúrgicamente.
La desolación que nos dejó al grupo fue grande, menos mal que era el final, que ya esa semana nos volvíamos a casa con nuestros perros guía.
Dice un viejo proverbio que si le salvas la vida a alguien, ya eres responsable de él para toda la eternidad.
Y en esas estamos, Loles, ¡no te libras de mí ni en el paraíso!
Da igual el tiempo que pase, siempre habrá algo para reír, para soñar, para abrazarnos.
¡y para engañarte para que comas algo más!