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octubre 10, 2013

Serie Jerusalén

Serie Jerusalén

El Santo Sepulcro

Continúo con mi serie de aventuras y sensaciones de Jerusalén, y esta vez os cuento sobre la iglesia del Santo Sepulcro.

No quiero entrar en discusiones religiosas ni históricas a favor ni en contra de este tinglado que tiene ahí montado la humanidad. Sólo contaros lo que yo sentí allí.

Para que entendáis un poco de qué va esto, unas pequeñas nociones sobre esta basílica situada en la ciudad vieja de Jerusalén, construida sobre el templo de Venus que erigió a esa diosa el emperador Adriano.

La iglesia del Santo Sepulcro se considera de estilo paleocristiano, construida hacia el siglo IV, a petición del emperador Constantino, y su madre, Santa Elena, que para mí, que le ponían en la sopita algo a esa señora, pues menuda imaginación tenía!
Nada más y nada menos que ahí, en ese trocito de Jerusalén, es donde está lo máximo del cristianismo: la crucifixión, enterramiento y resurrección de Jesús, ¡casi ná!

Y todo esto se ubica ahí no porque en la realidad fuera ese el lugar donde los santos sucesos se desarrollaran, sino porque la emperatriz Elena debió considerar que era más práctico tenerlo todo ahí juntito, más a mano, porque lo que es rigor histórico, poca cosa.

En esta basílica, como en todo Jerusalén, cada cual, quiere pillar un rincón para instalar su tenderete, armenios, católicos Ortodoxos, ortodoxos rusos, católicos romanos, coptos, asirios…… ¡para qué voy a seguir con la lista!
Además, aquí es donde el patriarca ortodoxo de Jerusalén, así como el obispo latino, digamos que tienen sus oficinas.

Este santuario, punto final de la peregrinación de cualquier cristiano que se precie,, que desee indulgencia plenaria, y su lugarcito en el cielo, la sensación que da es que lo es todo menos cristiano.

Si Jesucristo levantara la cabeza, no iría al templo de sus hermanos judíos a dar latigazos, no. Donde se quedaría bien a gusto sin duda, sería en el Vaticano. Pero aquí, en esta Basílica también echaría unos cuantos mercaderes del templo…

Dos veces he visitado el santo sepulcro y su basílica: la primera vez nuestro guía fue un guía oficial del estado de Israel, Ilán, una persona con tremendos conocimientos históricos. La segunda vez, nos mostró el santo sepulcro Leonardo, un muy creyente católico, con grandes conocimientos sobre arqueología bíblica, y la custodia de tierra santa.

En ambas ocasiones tuve la misma sensación de frivolidad, de asfixia, de saturación, de sobrepasar los límites de la fe, de la religión ¡y eso que soy agnóstica!

La gente entra y sale sin ninguna consideración hacia los que andan rezando, besando el suelo y las paredes de la iglesia.
Los cristianos integristas vocean sus rezos a pleno pulmón.
Los turistas con sus guías gritones mezclados con los sacerdotes.

Yo me vi caminando a codazos entre sotanas y hábitos de todos los diseños que os podáis imaginar, no olvidéis que ahí hace un calor tremendo, pero eso no evita que los religiosos vayan bien tapaditos, no vaya a ser que Dios se asuste de ver sus cuerpos.
Nada de minifaldas, nada de pantalones por encima de las rodillas, porque si no, ¡al recinto del santo sepulcro no entrareis jamás! Ya el pope ortodoxo de guardia os hará cambiar el atuendo para arrodillaros ante la piedra santa bien cubiertos.

Ese olor a sudor, a velas, a incienso y a sitio viejo; ese sonido de gente rezando, cantando salmos, interruptores de cámaras, y todo el rato haciendo cola: que si para la piedra de la deposición, que si para el calvario, que si para la capilla de Longinos, que si para el sepulcro…. ¡y hasta para el baño!

Con respecto al baño quería contar una pequeña anécdota: Para empezar, tanto pudor cristiano y resulta que los baños de la iglesia del santo sepulcro son mixtos. Esto quiere decir que lo mismo estaba yo haciendo pis,, y escuchaba en el váter de al lado, al mismísimo patriarca de Constantinopla soltando un par de ventosidades, eso si, unas ventosidades divinas.

La última vez que visité los baños del santo sepulcro, justo fui a entrar al único váter que no era tal, ¡era uno de esos que utilizan solo los señores para hacer pipí de pie! avancé buscando mi taza para realizar de forma equilibrada el aporte de agüita amarilla a los santos lugares y, y oye, ¡lo que tiene el inconveniente de no ver! ¿eh? al segundo paso ¡zas ! ¡Fueron mis pies los que se bañaron en urea! Espero que antes que yo, alguien en olor de santidad hubiera dejado sus benditos fluidos en buen estado, ya que fui yo la santa receptora d tanta agua bendita….
Y después de los gritos, los rezos, el colocón de incienso y mi visita al baño ¿Cómo queréis que yo entrara al nicho de Jesucristo súper estar?

Pues así, como entré, con olor a orines, a sudor, ¡y muerta de risa!

Creo que nunca me he reído tanto como visitando el santo sepulcro., Me daba la risa floja y no podía parar. En un momento dado de mi visita, me llamé a mí misma al orden, me dije que un poquito de disciplina, ¿Qué diría de mí Sor Ángeles? ¿O la hermana María Cinta? ¡Un pelín de introspección!
Me puse un poco mística, y ahí entre esas santas paredes estaba a punto de hincar mis rodillas para esperar la gracia, y en ese momento escuché de lejos un ruido tremendo, como de un motor sí, un motor que se iba acercando a mí. Yo, saliendo de mí misma, pregunté a mi alrededor que qué era eso, ¡no os podéis imaginar lo que era! Un pedazo de tractor hasta arriba de velas, velas de todo tipo de tamaños y formas que iban a distribuirse a lo largo y ancho de las capillas de la Basílica del Santo sepulcro!
Si, era televela, dando luz a los diferentes credos que allí tienen su sede, para adorar al Altísimo.

¡Así no hay quien rece!

El tractor entrando cargado de velas en la iglesia del Santo Sepulcro